Esta secuela recién descubierta, se suma a las que se han ido documentando, mostrando el impacto de largo alcance de la enfermedad.
Han pasado 27 meses (y seguimos contando) desde que el 30 de enero de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara a la epidemia de COVID-19 como una emergencia de salud pública de preocupación internacional, transformándola de facto en una pandemia, que como todos sabemos, cambió por completo la vida como la conocíamos hasta el momento, transformando nuestros hábitos sociales, adquisitivos y laborales; exacerbando nuestros miedos, preocupaciones y enfermedades; ocasionando pérdidas irreparables, pero sobre todo, haciéndonos conscientes de la fragilidad de los sistemas sanitarios, y por supuesto de nuestra vida, así como de la entreverada relación que tenemos con el medio ambiente y con todos los seres vivos de nuestro planeta, uno de los que sirvió como puente para hacernos llegar el SARS-CoV-2.
Paralelamente al desarrollo de la pandemia, pero particularmente cuando los médicos se percataron de que muchos de los pacientes que sobrevivían a la COVID-19 presentaban diversas secuelas persistentes que deterioran su calidad de vida, y dificultan, o de plano impiden su plena reincorporación a una existencia productiva y normal, tomaron consciencia de que el tránsito por la enfermedad, independientemente de si éstos hubieran sido o no hospitalizados, dejaba huellas profundas en su salud, habilidades y personalidad, sobre las que hemos ido publicando varios artículos, en la medida en la que los investigadores tienen certeza sobre ellas.
“Aunque la mayoría de los sobrevivientes de COVID-19 tuvieron una buena recuperación física y funcional durante el seguimiento a un año, e incluso algunos habían regresado a su trabajo y vida originales, su estado de salud general se encontraba por debajo de la población de control, con secuelas que afectan su calidad de vida, y entre las que se incluyen: dificultad para respirar, ansiedad, depresión dolores musculares, cansancio, olvidos y confusión mental”. The Lancet.
Estos son algunos de los daños colaterales de largo plazo ocasionados por el síndrome de enfermedad por coronavirus postagudo 2019 (COVID-19) (Post-acute COVID-19 Syndrome <PACS>) o COVID prolongado:
- Mayores riesgos de padecer eventos cardiovasculares, en comparación con personas de la misma edad que no sufrieron la infección, como: trastornos cerebrovasculares, arritmias, cardiopatía isquémica y no isquémica, pericarditis, miocarditis, insuficiencia cardíaca y enfermedad tromboembólica e infarto de miocardio.
- Disminución en la esperanza de vida.
- Fiebre, fatiga, mialgia, debilidad, dolor de cabeza, rinorrea, tos seca, dificultad para respirar (disnea), cambios en el olfato o el gusto, náuseas, vómitos y diarrea.
- Deterioro cognitivo (también denominado “niebla mental”, la que incluye la pérdida de concentración y memoria.
“La disminución en la esperanza de vida es una medida de periodo, y como tal, la afectación en este indicador no será necesariamente permanente, recuperándose progresivamente en la medida en la que se incrementen y se amplíen la calidad y la cobertura de los servicios sanitarios”. Heterogeneidad en el exceso de mortalidad y su impacto en la pérdida de esperanza de vida COVID-19: el caso de México.
Una secuela recién documentada.
A esta larga lista de secuelas de larga duración, los responsables del estudio “Multivariate profile and acute-phase correlates of cognitive deficits in a COVID-19 hospitalised cohort”, publicado el 28 de abril del presente año en The Lancet, llegaron a la conclusión primaria, de que las personas que padecieron COVID-19 grave, presentan déficits cognitivos y de velocidad de procesamiento mental persistentes, y de lenta recuperación (si ésta llegara a ocurrir), equiparables en magnitud a los efectos del envejecimiento entre los 50 y los 70 años, cualitativamente distintos a los perfiles de envejecimiento normal y demencia, en comparación con personas de su edad, pero que no padecieron la infección.
“Los déficits cognitivos después de una COVID-19 grave se relacionan más fuertemente con la gravedad de la enfermedad aguda, persisten durante mucho tiempo en la fase crónica y se recuperan lentamente, si es que lo hacen, con un perfil característico que destaca funciones cognitivas más altas y velocidad de procesamiento”. eClinicalMedicine / The Lancet.
Aunque las conclusiones son bastante sólidas, los investigadores sugieren la realización de investigaciones adicionales que confirmen la asociación entre el COVID-19 agudo y los déficits cognitivos.
Por: Manuel Garrod, miembro del Comité Editorial de códigoF.
Fuentes:
eClinicalMedicine. Part of The Lancet Discovery Science. (28 de abril del 2022).
Multivariate profile and acute-phase correlates of cognitive deficits in a COVID-19 hospitalised cohort.
códigoF. (4 de abril del 2022).
Personas infectadas con COVID-19, presentarán a lo largo de su vida, mayores riesgos cardiovasculares.
códigoF. (28 de marzo del 2022).
Disminuye la esperanza de vida de los mexicanos por la pandemia de COVID-19.
códigoF. (1 de febrero del 2022).
Descubren un predictor confiable para anticipar el síndrome post-agudo de la COVID-19.
códigoF. (22 de septiembre del 2021).
Secuelas persistentes en pacientes que fueron hospitalizados por COVID-19.
códigoF. (27 de mayo del 2021).
La pandemia de COVID-19 redujo la esperanza de vida en todo el mundo. En algunos países, a niveles no vistos desde la Segunda Guerra Mundial.
códigoF. (7 de abril del 2022).
Nuestro planeta, nuestra salud: Día Mundial de la Salud 2022.
códigoF. (21 de abril del 2020).
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