Como ocurrió el año pasado en la ciudad de Nueva York y en diversas ciudades de Europa, un brote de sarampión en la Ciudad de México (CDMX) obligó a las autoridades de salud locales y federales a destinar recursos sanitarios y de vigilancia epidemiológica para ofrecer atención a los afectados y tratar de contenerlo, buscando evitar el desarrollo de una epidemia paralela a la de la COVID-19.
Según el reporte al 29 de marzo, proporcionado por la Subsecretaría de Prevención y Promoción de la Salud, perteneciente a la Dirección General de Epidemiología, se habían detectado 87 casos de sarampión en la CDMX, los que en su mayoría se concentran en las delegaciones Gustavo A. Madero, Miguel Hidalgo, Álvaro Obregón y Cuajimalpa.
El sarampión es una enfermedad infecciosa exantemática muy contagiosa, similar a la rubéola y la varicela vírica, provocada por la familia paramyxoviridae del género Morbillivirus, y que afecta particularmente a niños. El contagio se transmite a través de las gotículas procedentes de la nariz, boca y faringe de personas infectadas. Los primeros síntomas se manifiestan entre los 8 y 12 días posteriores a la adquisición de la infección, y consisten en fiebre alta, rinorrea, inyección conjuntival y pequeñas manchas blancas en la cara interna de las mejillas. Días después aparece una erupción en la cara y el cuello, la que se va extendiendo gradualmente al resto del cuerpo. Vale la pena anotar que las personas infectadas siguen siendo contagiosas desde la aparición de los primeros síntomas hasta los 3 a 5 días posteriores a la aparición del sarpullido.
No existe ningún tratamiento específico para el sarampión, y aunque la mayoría de los pacientes se recupera en 2 o 3 semanas, la infección puede llegar a causar complicaciones graves, entre las que podemos mencionar: ceguera, encefalitis, diarrea intensa, infecciones del oído y neumonía, particularmente en niños malnutridos y pacientes inmunodeprimidos.
Del total de los casos registrados de sarampión, 63 (86%) no habían sido previamente vacunados contra el patógeno, y probablemente contra ninguno más, lo que demuestra la necesidad de incrementar los programas de educación médica preventiva y las acciones de vacunación, tendientes a evitar el desarrollo de este tipo de enfermedades.