Evidentemente no hay buen momento ni lugar para sufrir un infarto cerebral, evento que constituye la tercera causa de muerte y la segunda de discapacidad en adultos mayores de 60 años de edad en nuestro país, por lo que reconocerlo, diagnosticarlo y tratarlo rápidamente lo significan todo.

Las cifras indican que alrededor de 15 millones de personas a nivel global sufren anualmente un infarto cerebral, también conocido como embolia cerebral, derrame cerebral o hemorrágico, de las que 5 millones mueren durante las horas siguientes al evento, y el resto queda afectado por graves secuelas muchas de ellas permanentes.

Los infartos cerebrales tienen básicamente 2 causas principales, la aterosclerosis y el embolismo, hermanadas por un efecto indeseado común, bloquean la llegada de sangre oxigenada a la masa encefálica, la que de prolongarse provocará necrosis neuronal en el área afectada, y la muerte o discapacidad potencialmente permanente del sujeto afectado.

Los especialistas estiman que dependiendo de la gravedad del evento, se tienen aproximadamente 4.5 horas para que el paciente sea atendido y los especialistas logren deshacer el trombo, o retirarlo quirúrgicamente, para restablecer en el menor tiempo posible la circulación de la sangre al cerebro.

Si el evento cerebrovascular es del tipo isquémico (agudo o transitorio), derivado del bloqueo de una arteria por un trombo o coágulo, se puede resolver con fármacos específicos para ello, teniendo un buen pronóstico general.

Sin embargo, si el ACV es del tipo hemorrágico, como generalmente ocurre en el 20% de los casos, será necesario la realización de complejas intervenciones quirúrgicas, las que además de tener un pronóstico impreciso, requieren una rehabilitación lenta e impredecible.

“Generalmente, los infartos cerebrales se asocian con secuelas angustiantes y permanentes, ya que no sólo afecta el movimiento sino también la memoria, el pensamiento, la comunicación, las emociones y, por supuesto, la calidad de vida de quienes los presentan. Aproximadamente, la mitad de los pacientes que sobreviven a esta condición de salud queda con un mayor o menor grado de incapacidad funcional y un tercio de ellos precisa ayuda de sus familiares o cuidadores para realizar sus actividades básicas”. Dr. Fernando Flores, neurólogo vascular.

Es por ello que adquiere especial importancia el lanzamiento de la Estrategia Camaleón, acrónimo derivado de Ca (Cara Colgada) Ma (Mano pesada) Le (Lengua trabada) y On, (ponerse en acción), iniciativa liderada por las autoridades del Sistema de Transporte Colectivo (STC) en colaboración con la Sociedad Mexicana de Medicina de Emergencia, teniendo como objetivo principal el de reconocer oportunamente si algún usuario está sufriendo un evento de este tipo, y qué procedimiento deben seguir para atenderlo  y canalizarlo con un especialista.

Para ello, un equipo de médicos especializados capacitaron a 250 trabajadores del Metro de la CDMX que tienen contacto directo con los usuarios de los servicios de transporte, entre los que se incluyen miembros de la Policía Bancaria e Industrial (PBI); Policía Auxiliar (PA), Inspectores Jefes de Estación, técnicos en primeros auxilios de Seguridad Industrial e Higiene y trabajadores de Protección Civil, los que idealmente deberán actuar como replicadores de la capacitación recibida, llevándola a un mayor número de empleados.

El principal factor de riesgo para sufrir un accidente cerebrovascular es la hipertensión arterial (HTA), aunque existen otros disparadores de importancia que deben ser tomados en cuenta, como:

  • Frecuencia cardíaca irregular, o fibrilación auricular.
  • Diabetes.
  • Ser hombre.
  • Tener antecedentes familiares de la enfermedad.
  • Colesterol alto.
  • La edad, particularmente después de los 55 años.
  • Sobrepeso y obesidad.
  • Historial de accidentes cerebrovasculares previos o accidentes isquémicos transitorios (los que ocurren cuando el riego sanguíneo a una parte del cerebro se detiene brevemente).

Aunque parezca sorprendente, los síntomas de un accidente cerebrovascular dependen de la parte del órgano afectada, lo que provoca que en algunos casos la persona que lo está sufriendo no se percatan de ello.

Hay que considerar, sin embargo, que en la mayoría de las ocasiones los síntomas se presentan de manera súbita y sin previo aviso, aunque también pueden manifestarse de manera intermitente durante el primer o segundo días posteriores al ACV. Generalmente, los síntomas son más graves cuando el accidente cerebrovascular acaba de suceder, pero también pueden empeorar lentamente.

Entre otros, los síntomas más frecuentes son:
  • Dolor de cabeza agudo.
  • Alteraciones de la lucidez mental (somnolencia, pérdida del conocimiento y coma).
  • Cambios en la audición o en el sentido del gusto.
  • Cambios que afectan el tacto y la capacidad de sentir dolor, presión o temperaturas diferentes.
  • Confusión o pérdida de memoria.
  • Dificultades para deglutir, leer o escribir
  • Mareos o sensación anormal de movimiento (vértigo).
  • Problemas con la vista, como disminución de la visión, visión doble o ceguera total.
  • Falta de control de esfínteres.
  • Pérdida del equilibrio o coordinación, o problemas para caminar.
  • Debilidad muscular en la cara, el brazo o la pierna (por lo regular solo en un lado).
  • Entumecimiento u hormigueo en un lado del cuerpo.
  • Cambios emocionales, de personalidad o de estado de ánimo.
  • Problemas para hablar o entender a otros que estén hablando.

Por: Manuel Garrod, miembro del Comité Editorial de códigoF

Fuentes:

Sistema de Transporte Colectivo (STC).
Boletín de prensa. Estrategia Camaleón.

Boehringer Ingelheim.
Evento vascular cerebral (EVC).

MedlinePlus.
Accidente cerebrovascular.

Wikipedia.
Infarto cerebral.