El pasado 5 de abril falleció en Singapur Sydney Brenner, quien recibiera en 2002 el Premio Nobel de Fisiología o Medicina, por su determinante aportación al conocimiento sobre la forma en la que los genes regulan el desarrollo y la muerte celular, aunque muchos científicos consideran que podría haberlo recibido antes, y por otros motivos.
Brenner compartió el Premio Nobel con el biólogo estadounidense Howard Robert Horvitz (8 de mayo de 1947) y el biólogo británico John Edward Sulston (Cambridge, Inglaterra; 27 de marzo de 1942 – 6 de marzo de 2018).
Nacido el 13 de enero de 1927 en Germiston, Sudáfrica, en el seno de una familia muy humilde de inmigrantes judíos de Europa del Este, Brenner, quien demostró desde muy joven una extraordinaria inteligencia y agudeza mental, revolucionó con su talento y absoluto compromiso con la ciencia, la comprensión sobre el funcionamiento de los seres vivos y la forma en la que transforman la información de su ADN en los tejidos de sus diferentes órganos o en sus comportamientos.
La elección del sujeto de estudio que utilizó desde 1963 para alcanzar sus hallazgos es tan humilde como útil; el gusano Caenorhabditis elegans, un nematodo con 959 células; transparente durante toda su vida; hermafrodita; con un sistema nervioso y digestivo bien definidos; de simple mantenimiento en el laboratorio; en quién es relativamente fácil interrumpir la función de genes específicos mediante interferencia por ARN interferente (RNAi), silenciando la función de un gen para inferir su efecto y por último, de corta vida (2-3 semanas), lo que lo hace un modelo de alto rendimiento para obtener resultados en corto plazo.
El Caenorhabditis elegans es una especie de nematodo de la familia Rhabditidae que mide aproximadamente 1 mm de longitud y vive en ambientes templados. Ha sido un importante modelo de estudio para la biología, muy especialmente la genética del desarrollo, desde los años 1970.
Se considera que el parteaguas de su carrera científica lo constituyó un viaje de ida y vuelta de un día a Cambridge, en 1953, en el que conoció al biólogo norteamericano James Dewey Watson (Chicago, 6 de abril de 1928) y al físico y biólogo molecular Francis Harry Compton Crick (8 de junio de 1916 – 28 de julio de 2004), premios Nobel de Medicina en 1962, quienes lo impactaron profundamente con su revolucionario descubrimiento de la estructura del ADN.
“La ciencia es algo a lo que uno está atado de por vida y nunca debe retirarse de nada hasta que haya obtenido el próximo trabajo. La búsqueda interminable de conocimiento continuará mientras existan los humanos”. Sydney Brenner.