Es bien sabido que en términos generales, todos los países arrastran un amplio déficit de órganos donados, versus los pacientes que requieren de alguno de ellos para sobrevivir.
Es muy probable también que esté enterado de la declaración de “emergencia nacional” por la epidemia de opiáceos y heroína que se está viviendo en los EE.UU., y que diariamente se cobra la vida de un creciente número de personas, cuyos órganos son susceptibles de utilizarse para disminuir esta carencia.
Sin embargo, muchos especialistas en trasplantes se resisten a la utilización de los órganos obtenidos de personas muertas por sobredosis, ya que por su estilo de vida es altamente probable que estén infectadas con VIH/SIDA o hepatitis C, lo que sería un riesgo latente para los receptores de los órganos.
No obstante, el gran número de órganos disponibles para trasplantes que se obtienen de personas fallecidas por sobredosis, las que en términos generales son sanas y jóvenes, es una cantera potencial sumamente atractiva, como para ser ignorada.
Es por ello que un equipo de investigadores se dio a la tarea de investigar si el uso de órganos obtenidos de cadáveres de personas muertas por sobredosis representaba realmente un riesgo, el que sostienen, podría ser eliminado o minimizado, si se toman las medidas pre y post trasplante necesarias para evitar posibles contagios y complicaciones.
Un universo de análisis de los investigadores incluyo un total de 138,565 donantes; 337,934 receptores de trasplantes y 297 centros de trasplantes, entre 2000 y 2017, lapso en el que el porcentaje de donantes muertos por sobredosis creció del 1% en 2000 hasta el 13% en 2017.
El objetivo del estudio buscó determinar si los receptores de órganos obtenidos de personas fallecidas por sobredosis corrían mayores riesgos que quienes los recibían de donadores muertos por otras causas.
En contra de lo que muchos pensarían, las personas que recibieron órganos obtenidos de sujetos muertos por sobredosis no solamente no tuvieron ningún tipo de riesgo adicional, sino que en diversos casos, como los trasplantados de corazón o pulmón, alcanzaron entre un 1% y un 5% más de probabilidades de supervivencia a cinco años, que los que recibieron los órganos de donantes muertos por otras causas.
Vale la pena destacar que afortunadamente para otros países, el número de fallecimientos anuales por sobredosis es sustancialmente menor a lo que tristemente se está viviendo en los EE.UU., pero los resultados obtenidos por el estudio, más allá del contexto territorial, abren puertas, derriban paradigmas y rompen prejuicios en un ámbito, como el científico, que requiere la mayor apertura y flexibilidad de pensamiento en la búsqueda de soluciones.
El argumento más utilizado para rechazar órganos obtenidos de toxicómanos es la posibilidad de que se encuentren infectados por VIH o Hepatitis C. Es cierto que anteriormente el virus del sida, y otros patógenos, podían pasar desapercibidos si se encontraban en periodo latente, pero este argumento queda desmontado, ya que las nuevas pruebas de ácido nucleico y de anticuerpos hacen que el riesgo de infección sea prácticamente imposible y la Hepatitis C, por otra parte, pueda ser curada.
Los investigadores sugieren que el uso de órganos para trasplante obtenidos de donadores fallecidos por sobredosis no deberían ser descartados de manera prejuiciosa y que cada caso debería ser analizado en función de sus características inherentes.
De esta manera, el déficit entre la demanda y la oferta podría disminuirse, en beneficio de quienes están en lista de espera de un órganos para sobrevivir.