Después de la experiencia del sismo del 19 de septiembre que sacudió a la parte sur y centro de México y tras casi una semana de lo ocurrido, las personas regresaremos a nuestros lugares de trabajo, centros de estudio y actividades diarias con el miedo y la inseguridad pintados en el rostro, muchos de nosotros con síntomas de Transtorno por Estrés Postraumático (TEPT) y otro tanto, enfrentando situaciones de duelo debido a la pérdida de conocidos o familiares, hogares, lugares de trabajo o el cambio del entorno que nos rodeaba y que hoy, no existe más. Es importante mencionar que podríamos requerir de ayuda profesional para superar las huellas psicológicas y físicas derivadas suceso y que lo anterior, no puede ser juzgado como una falta o debilidad de carácter.
El duelo es una reacción natural ante una pérdida. Ya sea que haya perdido una persona, una mascota, un lugar, un objeto o un estilo de vida que valoraba (por ejemplo, su trabajo, escuela o su buena salud), atravesará un período de duelo. Suele ser peor cuando la pérdida es traumática, repentina o inesperada, porque no hay posibilidades (o son limitadas) de prepararse para decir adiós.
Si tiene un trastorno de estrés postraumático (TEPT o «PTSD», por sus siglas en inglés) y perdió a un ser querido recientemente, sus síntomas posiblemente duren más. (Para mayor referencia, favor de consultar el artículo publicado por Código F, el pasado 21 de septiembre de 2017. Transtorno por Estrés Postraumático)
Los seres humanos, sin importar nuestra educación, creencias, edad y género, somos susceptibles de ser afectados en cualquier etapa de la vida por eventos que de alguna u otra manera, rebasan nuestra capacidad de comprensión, aceptación y adaptación, por lo que las personas que los padecen, no deben ser juzgadas por ello, si no ayudadas a superarlo.
El duelo, que todos los mexicanos, en mayor o menor grado y por diferentes razones tendremos que transitar tiene, según la Asociación de Psicólogos en Madrid, cinco fases:
- Negación.
Esta ocurre cuando sufrimos una pérdida cuyo impacto nos rebasa, lo que provoca que nuestra primera reacción sea la de protegernos, tratando de postergar, aunque sea brevemente, el impacto sufrido.
Esta primera barrera defensiva nos lleva a decir y sentir: no quiero, no puede ser, debe de ser un error, construyendo una tregua entre la psiquis y la realidad.
En la negación existe una búsqueda desesperada del tiempo necesario para reflexionar sobre el futuro de una manera más serena, tomando distancia temporal de lo que sucede, buscando una adaptación más saludable al evento que apareció abruptamente. La negación es un verdadero intento de amortiguar el efecto del primer impacto.
- Negociación con la realidad.
En esta fase del duelo la persona se remite a sus pensamientos mágicos y aparecen ideas de «negociar la realidad», hacen un trato con la vida, con Dios, o con quien tengan puesta su espiritualidad, incluyendo a los médicos si la pérdida es de salud. La negociación es una nueva conducta defensiva que trata de evitar lo inaceptable; un canje que pretende restitución a cambio de buena conducta. La gran mayoría de estos pactos son secretos y sólo quienes los hacen tienen conciencia de ello.
- Depresión.
Finalmente, todos los pasos anteriores se agotan y fracasan en el intento de alejarnos de la realidad.
La depresión aparece con sentimientos de angustia e ideas circulares y negativas. Lo particular en este caso es que estas ideas no son sólo la causa de la depresión sino también y sobre todo su consecuencia. La depresión es el resultado de la conciencia de la pérdida.
Por supuesto que, como es predecible, esta etapa se resuelve más rápidamente cuando la persona encuentra la fuerza interior y el entorno en los que expresar la profundidad de su angustia y recibir la contención que necesita frente a sus temores y fantasías.
La depresión es la fase del duelo donde más se atascan las personas, también hay una emoción que nos va sacando poco a poco de los síntomas depresivos, y esta emoción es la ira.
- Ira.
Cuando la persona ve por fin la realidad, intenta rebelarse contra ella, entonces sus preguntas y sentimientos cambian. Nacen otras preguntas: porqué yo, porqué ahora, no es justo y aparece el enojo con la vida, con Dios (si se es creyente) y con el mundo.
En ocasiones las personas expresan una ira que inunda todo a su alrededor; nada les parece bien, nada les conforma y sus corazones rezuman dolor, odio y rencor. Y la autoestima atropellada por la realidad se da cuenta de que lo que necesita, es expresar su rabia para poder liberarse de ella.
- Aceptación.
Llegar aquí requiere que la persona haya tenido el acompañamiento y el tiempo necesarios para superar las fases anteriores.
La aceptación aparece cuando la persona ha podido superar la ansiedad, el enojo y ha logrado resolver los asuntos incompletos para abandonar la postura auto discapacitada ante la depresión.
Sea como fuere y más allá de cuánto se tardó en llegar hasta aquí o cuánto esfuerzo haya demandado, a esta etapa se llega casi siempre muy débil y cansado. Esto se debe al esfuerzo de renunciar a una realidad que ya no es posible. Ahora, como regla general, uno prefiere estar solo, preparándose para su futuro y hacer evaluación sobre el balance de la vida; una experiencia que siempre es personal y privada.
Las personas que llegan a la etapa de aceptación suelen obtener tranquilidad y paz.
En términos generales, y aunque existen algunas discrepancias entre ellos, los especialistas consideran que hay cuatro tareas que realizar para transitar por el duelo.
- Aceptar la realidad de la pérdida.
- Experimentar la realidad de la pérdida.
- Sentir el dolor y todas sus emociones.
- Adaptarse a un ambiente en el cual lo perdido ya no existe, tomar decisiones en soledad, no utilizar la energía en las emociones, enfocándose a nuevas situaciones o relaciones.
Hay que recordar que los especialistas en salud emocional, psicólogos o psiquiatras, están ahí para apoyarnos cuando necesitamos ayuda para superar una pérdida.