La mezcla de la información errónea y tendenciosa contra las vacunas en las redes sociales y la web, sumada a la desconfianza en las autoridades, instituciones y empresas, provoca que muchos padres decidan no vacunar a sus hijos.

Aunque algunas naciones han conseguido alcanzar las cuotas de vacunación contra el SARS-CoV-2 que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los especialistas consideran indispensables para disminuir las posibilidades de contagio del virus, evitar que mute, o en el caso de adquirir el contagio, conseguir que la enfermedad sea menos peligrosa y letal, muchos países siguen sin poder conseguirlas.

Hace ya 16 meses, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los EE. UU. (FDA, por sus siglas en inglés) otorgó la primera autorización para uso de emergencia a la vacuna de Pfizer-BioNTech, y después de ella fueran autorizadas para es ese mismo fin, y por las autoridades regulatorias de cada país, otras más.

Es cierto que la distribución y el acceso oportuno y suficiente a los diferentes medicamentos creados para combatir al COVID-19 ha sido para muchos países parcial e inequitativo, particularmente los que tienen rentas medias y bajas, no es la única razón por la que las tasas de vacunación en el segmento infantil sean sensiblemente bajas, y tampoco porque la enfermedad sea benigna para este segmento poblacional.

Según una encuesta realizada recientemente en los EE. UU. por la Kaiser Family Foundation (KFF), solo el 27% de los padres de niños de 5 a 11 años están dispuestos a vacunar a sus hijos contra el COVID-19, mientras que el 30% dijo que definitivamente no lo hará. Un tercio de los padres argumentó que “esperarán y verán” lo que ocurre con las vacunas antes de decidir que decisión tomar.

Según el pediatra Paul Offit, MD, miembro del panel asesor de la Administración de Drogas y Alimentos de los EE. UU. (FDA), e integrante del panel de asesores que recomendó la Autorización de uso de emergencia (EUA por sus siglas en inglés), el principal argumento esgrimido por los padres para negarse a vacunar a sus hijos contra el COVID-19, es la sorprendente celeridad  con la que fueron desarrolladas las nuevas vacunas, y la incertidumbre no resuelta sobre los efectos secundarios indeseados que potencialmente podrían ocasionar a mediano y largo plazo, a pesar de haberse difundido ampliamente los resultados de los estudios que permitieron a las autoridades sanitarias otorgarles licencias de uso de emergencia.

La velocidad nunca antes vista en el desarrollo de las vacunas, sumada a las dudas persistentes sobre la probidad de las autoridades e instituciones, ha generado una corriente de resistencia particularmente fuerte contra las vacunas pediátricas e infantiles que no ha podido resolverse.

Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de los EE. UU. (CDC por sus siglas en inglés), aseguran que más del 90% de los niños estadounidenses de hasta 24 meses de edad han sido oportunamente inmunizados contra varias enfermedades como el sarampión, las paperas y la rubéola; casi el 93 % ha recibido al menos 3 de las 4 inyecciones recomendadas de la vacuna contra la poliomielitis, y aproximadamente el 95 % de los niños de kínder han recibido las vacunas requeridas por el gobierno federal para el año escolar 2019-2020, lo que aparentemente muestra que el largo camino recorrido por las vacunas “clásicas” (por llamarlas de una manera), elimina, al menos en la mayoría de los padres, las dudas, los miedos y la desconfianza que suscitan las vacunas recientemente desarrolladas contra el COVID-19.

Es innegable que mucha de la confianza alcanzada por las vacunas contra el sarampión, las paperas y la rubéola se soporta en largos años de experiencia, ya que fueron desarrolladas en la década de los sesentas, pero también es necesario considerar que el comportamiento de los padres actuales, influenciados muchas veces por los mensajes, argumentos e información errónea además de tendenciosa que fluye incesantemente en las redes sociales sobre las vacunas, sumándole la mencionada desconfianza en las instituciones y autoridades, crea un caldo de cultivo propicio para que se alimente la desconfianza y el temor.

“El problema con las noticias falsas, es que, además de ser generalmente muy atractivas, prometedoras, divertidas, alarmantes o escandalosas, provocan en muchas personas el deseo de replicarlas, lo que incrementa de manera exponencial su alcance y, de alguna manera, su aparente veracidad, construyendo en pocas horas o días, un sólido y amplio entramado imposible de desarticular”. códigoF.

No cabe duda que las circunstancias actuales difieren mucho de las que había en los cincuentas, y para ello les compartimos que en 1955, poco después de que Jonas Salk, desarrollara la vacuna contra la polio, Cutter Laboratories cometió el error de fabricar lotes del medicamento que tenían el virus vivo en lugar de inactivo, lo que provocó que alrededor de 40 mil niños desarrollaron poliomielitis abortiva a causa de la vacuna; 164 quedaron paralizados permanentemente y 10 murieran. A pesar de este lamentable suceso, los padres todavía estuvieron dispuestos a administrar una vacuna contra la poliomielitis, lo que según los analistas se explica por el hecho de que la gente confiaba en ese momento en el gobierno, las empresas y la comunidad médica.

Al respecto, la Doctora Gabrielle Shapiro, presidenta del Consejo de Niños, Adolescentes y sus Familias de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, comentó: “Ante cualquier incógnita, los padres tienen mucho miedo de hacerle algo a sus hijos que pudiera tener consecuencias a largo plazo. Cuando se trata de renunciar a la vacunación contra el COVID-19, la principal razón que escucho para no hacerlo es: es demasiado nuevo; es experimental”.

Los padres “Escuchan que la vacuna COVID-19 se apresuró, que todavía está bajo Autorización de uso de emergencia, por lo que no tiene la licencia completa de la FDA, y no entienden lo que eso significa. Por eso animo a los padres que tengan inquietudes a que hablen con sus médicos”. Doctora Sara “Sally” Goza, expresidenta inmediata de la Academia Estadounidense de Pediatría.

Debido a la velocidad con las que fueron realizadas las vacunas y a pesar de las pruebas realizadas, los padres se preocupan por los posibles efectos desconocidos a largo plazo y los efectos secundarios graves de la vacuna, lo que según Liz Hamel, directora del equipo del programa de investigación de encuestas y opinión pública de KFF y autora principal del informe de la encuesta; “Es realmente consistente con lo que vimos en términos de las preocupaciones de los padres por los adolescentes, e incluso las preocupaciones que llevaron a que las vacunas estuvieran disponibles para los adultos”.

Lo cierto es que para combatir exitosamente las dudas, los miedos y la desconfianza que privan en muchos padres sobre las vacunas contra el COVID-19, no ha sido suficiente la información ofrecida por las autoridades sanitarias nacionales e internacionales sobre su seguridad, por lo que aún queda un largo camino que recorrer para alcanzar las metas vacunales propuestas: “Los profesionales de la salud deben apoyar a los padres y las familias, ayudar a educarlos y tratar de vacunar a tantos niños como sea posible. Necesitamos trabajar juntos para superar esta pandemia”. Gabrielle Shapiro.

Por: Manuel Garrod, miembro del Comité Editorial de códigoF.

Fuentes:

JAMA Network. (11 de octubre del 2022).
Why Parents Still Hesitate to Vaccinate Their Children Against COVID-19.

Kaiser Family Foundation. (16 de diciembre del 2022).
Since the COVID-19 Pandemic, Fewer Support Schools Requiring Children to Get Vaccinated for Measles and Other Illnesses.

códigoF. (18 de marzo del 2020).
La pandemia del COVID-19, un excelente caldo de cultivo para las noticias falsas.